El Águila Azul
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Hablando de Ernesto...

Un pequeño corazón que late. Una condena. Un círculo y una espada.
Todos tenemos algo, un espanto, un corredor largo, una batalla. Y corremos llevando semillas que se escurren entre los dedos, regando el corredor hasta hacerse vacías las manos.
Seguimos adelante, andamos, desandamos, pero siempre al frente, oscuro o gris. Nunca tan iluminado como en nuestros sueños.
Esa es la fuerza, donde creamos, donde forjamos, donde reinamos. Donde somos dueños. Donde renacemos.
Miríadas de gentes y de voces y manos donde al final no hay nada. Sólo uno escapando y llegando al encuentro todo el tiempo.
Como el largo túnel de Ernesto.
Deslizamos la mano por las paredes del corredor mientras andamos para estar seguros de que está allí, de que no corremos hacia una nada.
El corredor, como en un sueño, de pronto es un laberinto borgiano, y corredor de nuevo, y laberinto. Con el extraño presentimiento de nunca haber elegido el camino en ninguna bifurcación. Con la creciente sospecha de que el laberinto desarmado no es más que el corredor de siempre, con una trampa de osos detrás de una esquina, con un belcebú con rouge detrás de la otra y así...
Así vamos espantando fantasmas con nuestra espada de humo, de lado a lado, en una mano, y el libro sagrado en la otra.
Maravilloso, insondable y trágico camino, donde no sabemos si somos: la espada, el libro, los fantasmas... O el propio camino.

Sergio W

Siete balazos, ¡siete!, para el vaquero

Hace tiempo me preparo
para este duelo
De este lado está el vaquero
esperando siete tiros
y del otro está el mecano
costurero.

Siete balazos serán
siete balazos
como un siete de diamantes
en la tripa

Ni los oiré zumbar
siete balazos
pero siete entrarán
en mi barriga

Y allí mismo tumbado
y desangrando
sin conciencia
y resignado
Quizá escuche las voces de los blancos
a mi costado

Más de tres horas,
casi por muerto dado,
todo enterito luego
y ya cerrado
espero un despertar pronto,
iluminado,
menos vaquero, más vivito y más coleando

Que hacemos más espamento y espanto
¡Más elegía!
los machos que las mujeres
cuando nos vamos
de cirugía.

Sergio W

¿Y ahora qué?

Qué lindo cuando el mundo
estaba recién pintado...
Pero ahora, las tormentas
ya no resultan tan breves
Y los duelos ya se atreven
Y ya duelen, demasiado...
Habrá que empuñar la brocha
y pintar de nuevo todo
Y estrenar de nuevo el alma
y habrá que sonar las palmas
y recortar crucigramas
atropellar las semanas
borrar mucho con el codo
Sobornar a las floristas
en la estación de las dudas
recursar tu lencería
redoctorarme beodo
perfumarme cada día
y hacer olas por incordio.
Enseñarle a los sentidos
volver a sentir sin miedo
amagar que no me quedo
cuando sólo me despido
Y si mejor no te escribo
cuando no estoy
será porque estoy más vivo
cuando me voy
Y ahora...
cuando de nuevo ya nada
sea urgente
cuando todo sea presente
cuando todo me lo das
Y ahora...
cuando ya todos los cuentos
parecen el cuento
de siempre acabar
Será cuestión de besarnos
ni muy despacio
ni de pensión
Habrá que aprender los bailes
ni de palacios
ni de salón
para que nunca el espacio
falte en la cama
corazón.

Sergio W

En Copacabana

Todo el mundo sabe que las playas de Copacabana, y Río de Janeiro en general, nunca han sido un
lugar muy seguro. Aunque según mis referencias era mucho más inseguro en décadas pasadas.
Me ha sucedido un incidente que quisiera contar, un poco como catarsis, un poco como información para otros turistas.
En esta época de invierno aquí oscurece temprano, precisamente a las seis de la tarde.
Ayer un vendedor con el que entablé una conversación en la playa mientras me preparaba unos tragos me advirtió que no me quedara en la playa cuando obscurecía y había poca gente porque venian ladrones a atracar y robar amenazando con "facas". Tomé nota mental y, aunque no terminé haciéndole caso, creo que me sirvió lo que me dijo, porque algo quedó en alerta en mi cerebro.
Hoy, hace hora y algo, terminó sucediéndome un incidente como el que me habían advertido.
La playa, el agua, la temperatura, la leve brisa, ¡todo! estaba demasiado perfecto como para seguir disfrutando tirado en la arena con algunas caipirinhas encima (no en exceso, las necesarias, ¡que conste! ;-) ) meditando entre quedarme un minuto más o hacer fuerza para levantar de la arena todos los gramos de mi humanidad e irme.
Estaba yo debatiéndome un poco entre sueños y ensoñaciones semi-alcohólicas si levantarme o no cuando un garoto, que no era de chocolate ni de Ipanema, se me pone en cuclillas al lado mío.
Algo me pareció raro, balbuceó algo que no entendí ni hice el esfuerzo de entender y, mientras le daba cuerda a las sinapsis de mis neuronas para entender lo que estaba pasando, miré mi reloj y creo que le dije "Vinchi pra as sechi".
Él, medio desorientado, sin saber si me estaba haciendo el tonto o si era demasiado vivo (confieso que no sé aún cuál es el caso, creo que una mezcla de ambos), mira para abajo y me muestra, horizontal entre sus dos manos, una faca como de treinta centímetros, cuchilla como la que usan los carniceros, con un mango de plástico blanco.
Me terminó de caer la ficha (acá es donde creo que me aceleró el pensamiento la advertencia que me había hecho el vendedor la noche anterior) y, no sé cómo hice, pero estando sentado sobre mi lona en la arena pegué un salto instantáneo como un resorte mientras levantaba con mi mano izquierda el bolso y con la derecha la lona. Todo debió ser muy rápido pero pasó por mi mente como en cámara lenta, creo que por efectos del alcohol. Incluso cuando estaba arriba miré hacia abajo y a los lados para ver si me olvidaba algo, mientras el caco me miraba atónito, abajo, con la cuchilla entre sus manos.
Aquí viene algo que, ahora pensando, creo que tiene que ver con algo que me sucedió en el pasado. Hace muchos años me enfrenté en un pasillo con una rata enorme que, al parecer, estaba preniada. Me le acerqué con un escobillón y mientras lo hacía, viéndose sin salida, la rata se paró sobre sus dos patas traseras enfrentándome. No voy a explicar aquí cómo quedó la rata, de todos modos, porque no viene al caso, es muy asqueroso y mucha gente que me conoce ya sabe sobre esa anécdota. El hecho es que luego de investigar me enteré que los animales, aún en desventaja y ante un peligro inminente, tienen el instinto de levantarse todo lo que pueden para parecer más grandes ante su enemigo. Incluso abren sus alas o levantan sus patas o lo que sea para parecer más amenazadores.
Cuento esto antes de contar el desenlace porque creo que instintivamente me pasó algo similar.
Resulta que cuando me levanto, aún a cincuenta centímetros del agresor, yo con mis dos brazos levantados, la mano izquierda sosteniendo el bolso, la derecha, la lona, hago un paso largo instintivo hacia atrás para alejarme del filo de su arma blanca. En ese instante quedamos, yo como un gran animal erguido, él pequeño en la arena pero con una faca que podría haberme atravesado fácilmente de lado a lado.
Todo esto sucedió en un segundo o dos. Yo, a la vez que lo miro y él se empieza a levantar, le grito: "¡Eaa! ¡Eaaaaa! ¡Foraaaa! ¡Foraaaa! ¡Eaaaaaa! ¡Foraaaaa!", mientras trato de alejarme hacia atrás para no quedar al alcance de su cuchilla.
Todo fue instintivo pero mientras gritaba así con los brazos en alto recuerdo que intentaba llamar la atención de otra gente que pudiera estar más lejos en la playa.
La cuestión es que la rara maniobra surtió su efecto porque el hombre empezó a retroceder hacíendome gestos como que todo estaba bien, que se retiraba.
Caminé unos cien metros hacia las luces de la Avenida Atlántica y mientras me alejaba me preocupé por otra gente que había detrás dispersa en la playa, pensé con potencial alivio que quizá me hubieran escuchado y se pondrían a salvo.
Con algo de asombro aún, mezcla con bronca, pero sorprendentemente tranquilo me senté en uno de los puestos de la avenida donde el tiempo parecía transcurrir por un andarivel más sosegado y despreocupado de lo que diaria y evidentemente pasa a sólo cien metros de allí.

Sergio W

Nuestros Mundos

El mundo es maravilloso y terrible a la vez. Siempre lo ha sido. Vivir se asemeja mucho a una lucha constante, con algunos momentos felices y disfrutables, y una catarata de problemas y realidades que nos golpean más de lo que nos gustaría.
Debemos aprovechar al máximo las enseñanzas que a cada paso recogemos, aprender a vivir más simples y a crear y multiplicar los momentos felices.
Así y todo, las personas necesitamos nuestro cable a tierra, necesitamos sobre todo crear mundos interiores. Necesitamos entender que el mundo allí afuera no es ni por lejos todo lo que existe.
Somos mundos en sí mismos, mundos que podemos enriquecer y vivir plenamente. Y creamos pequeños mundos también dentro de nuestro mundo interior.
Estos mundos pueden abrirse ante nosotros volando a través de las letras de un libro, escribiendo o quizá dejando fluir nuestras emociones por medio de la pintura o la música.
No sólo el arte abre mundos dentro nuestro, también pueden hacerlo las actividades recreativas, la ayuda solidaria, la reuniones con amigos. Algunas son en solitario, otras relacionándonos con otras personas.
Con el mundo de allá afuera debemos fluir y aceptarlo con sus cosas buenas y también con las malas e incluso las terribles.
En cambio a los mundos nuestros, los que creamos, podemos elegirlos. Y pueden ser tan maravillosos como el mejor de los cuentos más felices y a la vez ser totalmente reales.
Quizá lo que nos diferencie, en verdad, de los animales y nos haga verdaderamente libres sea justamente nuestra capacidad de crear nosotros mismos nuestros propios mundos.
¡Hagámoslo!

Sergio W

Efímero amor

Adolorida ya por tu pasado
huiste a mí silente y escaldada
de sueños, y encontrarte enamorada
de mí, tus verdes ojos han rogado
Cobijo me has pedido y esperanza
para tu alma, que estaba ansiosa y triste
lo sé porque tú fuiste que dijiste
que el pasado doliente no te alcanza
Y en mi pecho dormiste temblorosa
abrazaste mi cuerpo con ternura
y empecé yo a quererte con locura
como quieren los tallos a sus rosas
Y esa noche al amor nos entregamos
furiosos hasta entrar la madrugada
tu piel junto a mi piel quedó sellada
eterno fue el amor que nos juramos
Más que eterno fue efímero ese amor
tú tanto me quisiste poseer
que amor se conjugaba con dolor
y dolor se conjuga con perder
Al final yo no sé si me quisiste
pero sé que te quise en realidad
por querer poseerme me perdiste
¡Que otro nombre de Amor es Libertad!

Sergio W

Ojos

Los ojos son el órgano sexual más movilizante y activo.
Puedes hacer el amor con los ojos en un instante, puedes atravesar un cuerpo, directo al alma.
Puedes enamorar perdidamente, tus ojos pueden disparar directo a otros ojos y dejar tu esencia marcada para siempre.
Es hermoso, pero también puede ser peligroso portar ojos. Hay ojos que miran con maldad, con envidia, que corrompen, que lastiman, que envenenan. Hay ojos que perforan cuando miran. Hay ojos que hablan cuando callan.
Y hay ojos que no miran y traicionan.
Casi todos traemos ojos, pero OJOS es distinto...
Los ojos de niño, por ejemplo, son como ríos cristalinos que buscan cauces nuevos todo el tiempo y que refrescan a su paso.
Los ojos del amor navegan siempre adentro de un universo en otros ojos sin importarles (o quizá sin conocer) su casi ineludible destino fatal.
Los ojos son ventanas que una vez se abren y otra se cerrarán. Que nos nacen y nos mueren. Y en el medio, vivimos.
Todos los ojos lloran. Algunos, los que tienen unos vidriecitos impermeables teñidos de orgullo, esos lloran para adentro. La gente de esos ojos camina como chapoteando y pateando humedad que les sale por los pies a cada paso. Se acostumbran a vivir con esa humedad por no ser capaces o corajudos para llorar.
No se confundan: los ciegos también miran. Para mirar no es necesario ver. El mirar construye un mundo. Los ciegos lo construyen para adentro, miran dentro de ellos y dentro de nosotros.
Una vez un ciego me dijo alborozado: "¡Mira ese cielo! ¡Amo la libertad que me da el cielo!".
"Tú no puedes verlo", le dije, "¿cómo podrías?, yo sí lo veo".
"Sólo estás viendo, apenas, lo que está ahí", me dijo. "Cuando yo miro, todo puede ser".
Siempre supe que las almas se escabullen por los ojos. Al nacer y al morir es obvio, pero hubo veces que al hacer el amor nuestras almas bailaban saltando entre nuestras pupilas. De una a la otra. Como locas. Como una.
Hay un momento cuando la vida entera pasa ante nuestros ojos.
Y es ahora.

Sergio W

El recuerdo

El recuerdo verdadero siempre es triste, si parece alegre no es recuerdo o pronto será olvido. Rememorar momentos felices es una forma de sadomasoquismo autoinflingido por la irreversibilidad del látigo del tiempo.
¡Momentos felices eran los futuros de antes!
¡Qué feliz era cuando creía ser feliz!
En estos tiempos es mucho más osado y difícil ser feliz en el filo del presente fugaz, pero ¡tan necesario!
Del futuro no voy a hablar.
Para qué si nunca llega...

Sergio W

Meteorología de un día entre los dos

(a Stella) 
Alguien dijo que hoy es un día gris. Me acerco a la ventana de tus ojos: Están locos. En fin, cada uno en su locura, yo en la mía. A propósito, ¿regaste tu sonrisa en la mañana? Seguro que a la tarde está fresquito, me llevo la chaqueta de tu piel abotonada. ¡Salió el Sol de tu sonrisa al mediodía y los colores de tu cara! Hago un alto en un puestito en la parada. Necesito alimentarme, un sanguchito, un pensamiento de vos, y ¡ala! Ha empezado a llover a media tarde, ya no me llores, que estoy de a pie y ando sin paraguas. Ya te extraño. Por suerte ya regreso. Hay aire fresco de tu aliento que me alienta a apresurarme. ¡Al fin los dos en casa! Qué apacible el calor de tu fuego, y luego... qué bonita la tormenta que en el lecho se desata...

Sergio W

Mis personas


La música nos transporta y nos hace volar, nos hace percibir sensaciones únicas extraviadas del mundo sensible en que pensamos que vivimos. Cuando te eyecta como un viento-puñal que te traspasa el medio del cuerpo desde detrás por la cintura y te arroja violentamente a un sueño, definitivamente esa es la vida, ya no puedes creer en otra.
A veces te hace vivir un amor, otras, una mañana fresca, y otras, te eleva al techo del mundo para que sientas que lo abarcas todo.
A mí me mostró que nunca soy el mismo, que soy un remolino surcando la arena del tiempo, que jamás soy el mismo que fui o que seré. Y me trajo seres queridos, momentos felices, y esas edades que uno piensa que nunca podrá volver a tener, esos momento que uno cree se fueron para siempre tras los años. Los arrojó violentamente por el tiempo mostrándome el futuro, trayendo el futuro al presente y al pasado, mostrándome la película slow-motion de las personas que fui, que soy y seré. La música me mostró todas las personas que soy y que puedo ser, o quizás ellas quisieron mostrarme la música sublime a través de la cual danzan mis personas, bailando entre los mundos que voy eligiendo vivir.
Al final, la VIDA es simple. Sólo hay que saber bailar.

Sergio W

Conexión de sal


Hay una piedra de sal 
que desde el fondo de un río 
quiere secar cada gota 
y convertirla en rocío 

Para otra piedra de sal 
que en el lecho de otro río 
se pregunta si al final, 
si a la postre la han querido

Pero esos amores rotos
los que la vida ha vencido
podrán haber sido truncos
mas no teñirá el ovido

La sal fuera la riqueza
del tesoro que han tenido
queda impregnada la sal
mas se dividen los ríos

Llora piedra de alegría
por aquel amor perdido
llora que él también te llora
con llanto del que ha querido

Sergio W

Deshojando dudas


Qué fugaces se me hacen los tequiero
que tus labios ligeros pronunciaban
hasta el gélido instante en que anunciaban
que el orgullo al final salió primero

Y hoy que vuelvo a mi oficio de viajero
por huellas que mis pies antes pisaban
les pregunto a tus labios que "me amaban"
si alguna vez tu amor me fue sincero

Lo único que importa es lo vivido
los sueños que viviendo hemos soñado
los ardores de piel que hemos sentido

Que si es por pensar en el pasado
más que sufrir por lo que se ha perdido
he de gozar lo mucho que te he amado.

Sergio W

El niño que te salva

La Primavera puede ser una flor, un arcoiris, la tibieza, la alegría, las minifaldas, el mes de abril, los picnics, los botones de blusas desprendidos, los piropos, las miradas, los besos, las tanguitas de serpientes, los sofocos, la impaciencia, la efervecencia, la (in)decencia, los polvitos (¿los primeros?), las poesías como cántaros, los solcitos que calientan, las pieles que se calientan y calientan, los lances, los lanceros, los avances, las coartadas, las mariposas, ellas, en la panza, los tequieros, los no, las margaritas, las hojas, los deshojes, los reojos, los dibujos, las cartitas, la saliva, los telos, las sonrisas, las palabras.
Pero, sobre todo, la Primavera es el niño dentro tuyo que cada año te salva.


Sergio W

20 de Septiembre



Entre tantas noticias espantosas
tanta falacia ungida en verdadera
no dañan ya en la víspera las cosas,
que hiriendo aún las espinas de las rosas
¡Mañana se decreta: Primavera!


Sergio W

Roxo despertar de Segismundo

"...Yo sueño que estoy aquí / destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado / más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí. / ¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción, / y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son."
(soliloquio de Segismundo, Pedro Calderón de la Barca)

A medida que escarbaba el insomnio la noche se le hacía más clara. La telaraña siempre iba a la postre cediendo pero siempre había más y más, fluyendo en una danza desgastante y eterna.
Las arañas eran voraces pero siempre habían sido devoradas. Segismundo en ocasiones había sido una de ellas. No estaba claro.
El mar podía divisarse no muy lejos, como siempre, pero esta vez el olor a sal se impregnaba como pequeños caracoles en el interior de sus narices. Pequeñísimos y numerosísimos gasterópodos como hordas de tropas beligerantes y decididas a arrasar las ciudades negras.
De áspero a liso. De pavimento a playa húmeda. De algodón a seda. De smog a pinar. Imposible asir las cosas de tan lisas. El tacto le era como un cosquilleo de electrones, a lo sumo.
Una frutilla que sorprendentemente no era negra como todas las frutillas que se conocen, era de un color extraño. Un color más allá del blanco, el negro y el amarillo que todos conocemos. ¡No! Era un cuarto color. Como si de alguna onírica forma tal color pudiera existir.
Segismundo le llamó roxo. Roxo, dijo, es el color de las nuevas frutillas. Quizá en homenaje a su madre, a quien nunca había conocido. Su nombre era Roxaia. Él lo supo.
Pensó que ella debió tener el color roxo en sus labios, pero le pareció una locura. Ese pensamiento le hizo sonreir. Por primera vez.
Era extraño que un pensamiento del pasado se le presentara. Generalmente abundaban los pensamientos y recuerdos del futuro, no los que ya tenían que haber ocurrido, los del pasado.
La frutilla brillaba en medio de esa hermosa negrura. Especimen único representante acaso del universo de los roxos, fulgurante enigma que se acercaba más a la locura que a la racionalidad, flotando en el espeso sopor del aire que se desgajaba.
De sabor dulcísimo que se adivinaba. Al fin la probó.
Y además de dulcísima era alucinógena, pero no en un sentido de ensoñar, ni de soñar, ni de drogarse; sino en el de despertar.
Esa especie de sueño raro que uno siente en el segundo en que despierta. Cuando despertábamos de niños en la casa de los primos y no entendíamos dónde estábamos.
ROXO. Todo era roxo. Algo que entendió como arriba. Abajo. A un lado, al otro.
No todo era afuera, también había adentro.
Segismundo se sorprendió por comprender todo instantáneamente. Ya no sólo sentía sus nueve sentidos. Ahora se percataba de tener muchos más. Como si su número fuera en constante crecimiento y no pudiera contarlos.
Nunca jamás Segismundo había estado en un sitio donde no hubiera telarañas, por eso descreyó de su cordura al principio.
De pronto desde "arriba" comenzaron a brotar colores nuevos. Eran infinitos o quizá doce o trece, ¡quién sabe!
Y luego más y más... Evidentemente, algo fuera de toda razón segismundiana, un mundo más allá de todo segis-mundo.
Pero era hermoso. Y gozoso. En extremo.
Segismundo comenzó a flotar y a expandirse. Sí, como un globo. Todos los colores de los que estaba hecho ese mundo iban incorporándosele. Fue maravilloso.
Lo último que se supo fue que había una niña mirándole debajo, a lo lejos, ya en el último instante de todo. Segismundo lloró.
- ¿Y qué pasó luego, papá?
- Nada hija. Ya nada pudo pasar.
Ya no llores hija.

Sergio W

Como un explorador

Me niego, me persigo, me encuentro. Del valor surge un mundo entre llamas.
Reinvento, lloro, pataleo, abrazo y siento.
Lloro los templos construidos por mis yoes viejos, refulgentes un día y minados,
promesas de un futuro equivocado que no me deja salir pero me deja continuar.
¿Dónde está el monolito encerado, perfecto y noble que asomaba de la tierra?
Ese que un día pareció torcer la órbita de la luna.
Incrustada sobre mi pecho cada marioneta viste ropas extrañas. Las aprieto con un amor que las destruye en el intento de que no se vuelvan polvo.
Y me pliego cansado al destino fatuo y vencedor, humillante rostro torturador de egos, y navego en sus aguas del olvido arrancándole las nostalgias que son mías.
Con la esperanza de conservar la esperanza de que no haya sido.
Con resabio de dolor de pasado y con espumas de rabia feroz en la boca del futuro.
Consumiendo mis últimas cenizas en el fuego eternamente terco y repetido que no se cansa de volver a matarme.
Nutriéndome de angustias e impotencias prolijamente guardadas en el casillero del corazón donde nunca cesan las lluvias saladas, para explotar nuevamente en mil bigbanes, crear mi nuevo mundo con el germen del pasado que no fue para que engendre el que será.
Y lo desafío, como un gladiador insolente y nuevo.
Y lo recorro, como un explorador.


Sergio W

Pequeña e interesante historia de un creyente sobre por qué conviene ser creyente

San Sergei
¿Que los ateos son buena gente?
¡Patrañas! los ateos me dan asco, ¡son todos mala gente y delincuentes! gente de baja calaña, herejes.
¿Cómo un ateo es tan ciego de no ver lo obvio?, que todo está hecho por un señor que se llama Dios, que todo lo puede, que todo lo sabe y que está en todas partes al mismo tiempo.
Que es infinitamente bueno y que por eso debe propiciar sangrientas matanzas y abominalidades en el mundo, para que el pacífico bien venza, aplaste y fulmine al malvado mal (al final, muy al final de la historia)
Resulta más que obvio que existe un paraíso (sito arriba) y un infierno (sito bien abajo) con fuego, para que allí se pudran quemándose todos los impíos que osaron en no creer en el bondadoso Dios, todos los bebes que nunca fueron bautizados por sus padres, y lo animales... bueno, los animales no porque son cosas, no tienen alma. Cuando se mueren simplemente ya no están más (como maquinitas).
Todos los santos, los ángeles celestiales ¡siempre luchando a favor del bien! con la difícil tarea de que nunca se note que hacen el bien. Un libro de los libros escrito por las manos de los hombres pero movido por los dedos celestiales. ¡Oohhh! ¡Bendita bondad santa! Hay que destruir y fulminar a todos los malos, a toda la maldad, con la enorme hacha sangrienta de la bondad... ¡Si hasta suena dulcísimo!

Pasiones de Fénix


a Cristina Beatriz


Se esparce la arena del tiempo en sus yemas purgando el presente,
Se tiñen de añiles sus venas del alma creyéndole ausente,
Amarra el pasado en los sueños gastados
el pájaro herido, callado y dolido
que anida en el sol de su pecho.
La loba que urdía al acecho un ataque de luna
sueña echada en el mar de su cama batallas vencidas
corazas heridas, corazones abiertos con dagas de lunas de plata
Añora vientos en el alma que izaban un día sus velas,
flechazos y flechas certeras que hincaba Cupido
en el mar de sus venas.
Sus cinco luceros ardientes hoy trazan su cielo
regando con lluvias de llanto de madre
los campos de dicha y consuelo.
Tesoro brillante, orgullo en la frente,
frente en los labios de madre que ama y que siente.
Y en medio de tanto pasado añorado,
de tanto retoño presente:
De pronto emerge de su vientre
pertinaz remolino de sueños y amores y fuegos ardientes
despierta la loba que un día acechaba un ataque de luna
Encrespa el albor de las olas del mar del amor,
de la piel erizada de verlo,
de las calas mojadas que esperan sedientas
el barco que atraque en su muelle
Y el barco que atraca,
y su centro que estalla y se muere
que estalla y se muere.
Volcán de deseos que son lava ardiente,
pasión que renace del tiempo
cenizas que extintas creyera
mas eran...
pasiones de Fénix.


Sergio W

Puntos de vista

- Conejo: Alicia, llegas diez minutos tarde, como siempre.
- Alicia: No es que yo llegue tarde, es que todos los relojes están adelantados.
- Conejo: de cualquier modo llegas tarde, debes llegar a horario.
- Alicia: Pues todos deberían atrasar sus relojes y así notarían que yo siempre soy puntual.
- Conejo: ¿por qué no sales tú diez minutos más temprano?
- Alicia: Siempre lo hago y, afortunadamente, me distraigo con las flores del camino. De lo contrario siempre estaría llegando diez minutos antes del horario prometido, y eso sería muy descortés de mi parte.
Es hora de que me vaya, Conejo, no puedo retrasarme. Adiós.

Sergio W

Mi inseparable amigo Antonio

Cuando subí a ese tren aquel día pensé que sería un viaje más hacia Rosario, tal como solían ser esos viajes cuando quería escaparme del mundo.
Yo soy así. Un poco dandy, un poco un "clochart", un vaga-"mundo". Me fascina subir a un tren, tirarme en el furgón con los linyeras y escaparme del mundo formal para meterme en el submundo de mis amigos los errantes que vagan sin obligaciones, sin reparos y con la libertad que le otorgan a uno esas vias largas, tan largas como piernas de mujer, que siguiéndolas uno puede transportarse al paraíso o al peor de los infiernos.
Mi esposa me había dejado por otro tipo. ¿Una más, qué importaba? Al fin y al cabo, ¿para qué sirven las mujeres si no van a hacernos felices?
De todos modos, voy a confesarlo, la pena no lograba dejarme, o yo no podía deshacerme de ella.
No me faltaba nunca desde aquel día una botella de escocés bajo el brazo. De dandy ya poco me quedaba. Sin trabajo, con las cuentas del banco ya en rojo absoluto y apenas unos pesos en el bolsillo, pertenecía más al submundo de los desamparados del mundo que al mundo de los humanos corrientes.
Cogí aquel tren ya cuando estaba alejado unos treinta metros del andén, una vez que hubo partido, porque no tenía boleto. No era la primera vez que usaba ese truco y el guarda ya me había visto antes, pero por alguna razón, quizá por una compasión extraña hacia mí, nunca me había reclamado el boleto.
 

A Vuelo de Águila

La consciencia es un espasmo del caos.