El Águila Azul
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El niño que te salva

La Primavera puede ser una flor, un arcoiris, la tibieza, la alegría, las minifaldas, el mes de abril, los picnics, los botones de blusas desprendidos, los piropos, las miradas, los besos, las tanguitas de serpientes, los sofocos, la impaciencia, la efervecencia, la (in)decencia, los polvitos (¿los primeros?), las poesías como cántaros, los solcitos que calientan, las pieles que se calientan y calientan, los lances, los lanceros, los avances, las coartadas, las mariposas, ellas, en la panza, los tequieros, los no, las margaritas, las hojas, los deshojes, los reojos, los dibujos, las cartitas, la saliva, los telos, las sonrisas, las palabras.
Pero, sobre todo, la Primavera es el niño dentro tuyo que cada año te salva.


Sergio W

20 de Septiembre



Entre tantas noticias espantosas
tanta falacia ungida en verdadera
no dañan ya en la víspera las cosas,
que hiriendo aún las espinas de las rosas
¡Mañana se decreta: Primavera!


Sergio W

Roxo despertar de Segismundo

"...Yo sueño que estoy aquí / destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado / más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí. / ¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción, / y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son."
(soliloquio de Segismundo, Pedro Calderón de la Barca)

A medida que escarbaba el insomnio la noche se le hacía más clara. La telaraña siempre iba a la postre cediendo pero siempre había más y más, fluyendo en una danza desgastante y eterna.
Las arañas eran voraces pero siempre habían sido devoradas. Segismundo en ocasiones había sido una de ellas. No estaba claro.
El mar podía divisarse no muy lejos, como siempre, pero esta vez el olor a sal se impregnaba como pequeños caracoles en el interior de sus narices. Pequeñísimos y numerosísimos gasterópodos como hordas de tropas beligerantes y decididas a arrasar las ciudades negras.
De áspero a liso. De pavimento a playa húmeda. De algodón a seda. De smog a pinar. Imposible asir las cosas de tan lisas. El tacto le era como un cosquilleo de electrones, a lo sumo.
Una frutilla que sorprendentemente no era negra como todas las frutillas que se conocen, era de un color extraño. Un color más allá del blanco, el negro y el amarillo que todos conocemos. ¡No! Era un cuarto color. Como si de alguna onírica forma tal color pudiera existir.
Segismundo le llamó roxo. Roxo, dijo, es el color de las nuevas frutillas. Quizá en homenaje a su madre, a quien nunca había conocido. Su nombre era Roxaia. Él lo supo.
Pensó que ella debió tener el color roxo en sus labios, pero le pareció una locura. Ese pensamiento le hizo sonreir. Por primera vez.
Era extraño que un pensamiento del pasado se le presentara. Generalmente abundaban los pensamientos y recuerdos del futuro, no los que ya tenían que haber ocurrido, los del pasado.
La frutilla brillaba en medio de esa hermosa negrura. Especimen único representante acaso del universo de los roxos, fulgurante enigma que se acercaba más a la locura que a la racionalidad, flotando en el espeso sopor del aire que se desgajaba.
De sabor dulcísimo que se adivinaba. Al fin la probó.
Y además de dulcísima era alucinógena, pero no en un sentido de ensoñar, ni de soñar, ni de drogarse; sino en el de despertar.
Esa especie de sueño raro que uno siente en el segundo en que despierta. Cuando despertábamos de niños en la casa de los primos y no entendíamos dónde estábamos.
ROXO. Todo era roxo. Algo que entendió como arriba. Abajo. A un lado, al otro.
No todo era afuera, también había adentro.
Segismundo se sorprendió por comprender todo instantáneamente. Ya no sólo sentía sus nueve sentidos. Ahora se percataba de tener muchos más. Como si su número fuera en constante crecimiento y no pudiera contarlos.
Nunca jamás Segismundo había estado en un sitio donde no hubiera telarañas, por eso descreyó de su cordura al principio.
De pronto desde "arriba" comenzaron a brotar colores nuevos. Eran infinitos o quizá doce o trece, ¡quién sabe!
Y luego más y más... Evidentemente, algo fuera de toda razón segismundiana, un mundo más allá de todo segis-mundo.
Pero era hermoso. Y gozoso. En extremo.
Segismundo comenzó a flotar y a expandirse. Sí, como un globo. Todos los colores de los que estaba hecho ese mundo iban incorporándosele. Fue maravilloso.
Lo último que se supo fue que había una niña mirándole debajo, a lo lejos, ya en el último instante de todo. Segismundo lloró.
- ¿Y qué pasó luego, papá?
- Nada hija. Ya nada pudo pasar.
Ya no llores hija.

Sergio W

Como un explorador

Me niego, me persigo, me encuentro. Del valor surge un mundo entre llamas.
Reinvento, lloro, pataleo, abrazo y siento.
Lloro los templos construidos por mis yoes viejos, refulgentes un día y minados,
promesas de un futuro equivocado que no me deja salir pero me deja continuar.
¿Dónde está el monolito encerado, perfecto y noble que asomaba de la tierra?
Ese que un día pareció torcer la órbita de la luna.
Incrustada sobre mi pecho cada marioneta viste ropas extrañas. Las aprieto con un amor que las destruye en el intento de que no se vuelvan polvo.
Y me pliego cansado al destino fatuo y vencedor, humillante rostro torturador de egos, y navego en sus aguas del olvido arrancándole las nostalgias que son mías.
Con la esperanza de conservar la esperanza de que no haya sido.
Con resabio de dolor de pasado y con espumas de rabia feroz en la boca del futuro.
Consumiendo mis últimas cenizas en el fuego eternamente terco y repetido que no se cansa de volver a matarme.
Nutriéndome de angustias e impotencias prolijamente guardadas en el casillero del corazón donde nunca cesan las lluvias saladas, para explotar nuevamente en mil bigbanes, crear mi nuevo mundo con el germen del pasado que no fue para que engendre el que será.
Y lo desafío, como un gladiador insolente y nuevo.
Y lo recorro, como un explorador.


Sergio W

Pequeña e interesante historia de un creyente sobre por qué conviene ser creyente

San Sergei
¿Que los ateos son buena gente?
¡Patrañas! los ateos me dan asco, ¡son todos mala gente y delincuentes! gente de baja calaña, herejes.
¿Cómo un ateo es tan ciego de no ver lo obvio?, que todo está hecho por un señor que se llama Dios, que todo lo puede, que todo lo sabe y que está en todas partes al mismo tiempo.
Que es infinitamente bueno y que por eso debe propiciar sangrientas matanzas y abominalidades en el mundo, para que el pacífico bien venza, aplaste y fulmine al malvado mal (al final, muy al final de la historia)
Resulta más que obvio que existe un paraíso (sito arriba) y un infierno (sito bien abajo) con fuego, para que allí se pudran quemándose todos los impíos que osaron en no creer en el bondadoso Dios, todos los bebes que nunca fueron bautizados por sus padres, y lo animales... bueno, los animales no porque son cosas, no tienen alma. Cuando se mueren simplemente ya no están más (como maquinitas).
Todos los santos, los ángeles celestiales ¡siempre luchando a favor del bien! con la difícil tarea de que nunca se note que hacen el bien. Un libro de los libros escrito por las manos de los hombres pero movido por los dedos celestiales. ¡Oohhh! ¡Bendita bondad santa! Hay que destruir y fulminar a todos los malos, a toda la maldad, con la enorme hacha sangrienta de la bondad... ¡Si hasta suena dulcísimo!
 

A Vuelo de Águila

La consciencia es un espasmo del caos.