Me niego, me persigo, me encuentro. Del valor surge un mundo entre llamas.
Reinvento, lloro, pataleo, abrazo y siento.
Lloro los templos construidos por mis yoes viejos, refulgentes un día y minados,
promesas de un futuro equivocado que no me deja salir pero me deja continuar.
¿Dónde está el monolito encerado, perfecto y noble que asomaba de la tierra?
Ese que un día pareció torcer la órbita de la luna.
Incrustada sobre mi pecho cada marioneta viste ropas extrañas. Las aprieto con un amor que las destruye en el intento de que no se vuelvan polvo.
Y me pliego cansado al destino fatuo y vencedor, humillante rostro torturador de egos, y navego en sus aguas del olvido arrancándole las nostalgias que son mías.
Con la esperanza de conservar la esperanza de que no haya sido.
Con resabio de dolor de pasado y con espumas de rabia feroz en la boca del futuro.
Consumiendo mis últimas cenizas en el fuego eternamente terco y repetido que no se cansa de volver a matarme.
Nutriéndome de angustias e impotencias prolijamente guardadas en el casillero del corazón donde nunca cesan las lluvias saladas, para explotar nuevamente en mil bigbanes, crear mi nuevo mundo con el germen del pasado que no fue para que engendre el que será.
Y lo desafío, como un gladiador insolente y nuevo.
Y lo recorro, como un explorador.
Sergio W
Pequeña e interesante historia de un creyente sobre por qué conviene ser creyente
San Sergei |
¡Patrañas! los ateos me dan asco, ¡son todos mala gente y delincuentes! gente de baja calaña, herejes.
¿Cómo un ateo es tan ciego de no ver lo obvio?, que todo está hecho por un señor que se llama Dios, que todo lo puede, que todo lo sabe y que está en todas partes al mismo tiempo.
Que es infinitamente bueno y que por eso debe propiciar sangrientas matanzas y abominalidades en el mundo, para que el pacífico bien venza, aplaste y fulmine al malvado mal (al final, muy al final de la historia)
Resulta más que obvio que existe un paraíso (sito arriba) y un infierno (sito bien abajo) con fuego, para que allí se pudran quemándose todos los impíos que osaron en no creer en el bondadoso Dios, todos los bebes que nunca fueron bautizados por sus padres, y lo animales... bueno, los animales no porque son cosas, no tienen alma. Cuando se mueren simplemente ya no están más (como maquinitas).
Todos los santos, los ángeles celestiales ¡siempre luchando a favor del bien! con la difícil tarea de que nunca se note que hacen el bien. Un libro de los libros escrito por las manos de los hombres pero movido por los dedos celestiales. ¡Oohhh! ¡Bendita bondad santa! Hay que destruir y fulminar a todos los malos, a toda la maldad, con la enorme hacha sangrienta de la bondad... ¡Si hasta suena dulcísimo!
Suscribirse a:
Entradas (Atom)