Cuando tenía aproximadamente seis años de edad yo estaba convencido de que todos los objetos provenían de los papeles.
Estaba seguro de que para que las cosas existieran debían primero ser dibujadas en un papel, quedando atrapadas en su interior.
Por eso pasaba bastante tiempo tratando con unas tijeras de cortar las páginas de revistas y folletines pero no de un modo convencional. Tenía que cortarlas por el canto de la hoja. Sí, hacía todo lo posible por colocar las tijeras en el borde del papel tratando de cortar la hoja para producir dos hojas más finas, con la esperanza de liberar los objetos impresos en su interior.
Si bien esto me resultaba imposible, estaba seguro de que todo era culpa de mi impericia y de unas tijeras inadecuadas. Intenté también con esas hojitas de afeitar muy filosas de ambos lados. Logré cortar algo en varias oportunidades… sí, corté la epidermis de mis dedos a diversas profundidades.
Aún hoy llevo visible la cicatriz del peor de esos cortes en la parte izquierda de la tercera falange de mi dedo índice derecho.
Acabo de medirla y corroboro que hoy tiene casi dos centímetros de longitud, y recuerdo que cuando me hice ese corte hinqué esa hoja filosa a una profundidad de casi un tercio del grosor de mi dedo. Debo haber tocado el hueso.
Yo estaba con mi abuela que era muy miedosa, así que recuerdo haber minimizado ese asunto; me vendé y, creo, nunca lo supieron mis padres. Aunque puede que la memoria me engañe.
Lo cierto es que ese hecho sucedió; testigo de ello, mi dedo índice, que puede corroborarlo quien me lo pida.
Afortunadamente, ya más grande yo, pude constatar que mi teoría era correcta, cuando vi ese magnífico dibujo de la boa constrictora habiéndose tragado un elefante que realizó Antoine de Saint-Exupéry en su afamado libro “El Principito”. Ese dibujo que casi todos tomaban por un sombrero.
Ni hablar ya de la caja que contenía el cordero. No necesitaba el cordero ser visto para que existiera.
Eso me dejó pensando posteriormente en el hecho de que quizá no era absolutamente imprescindible que los objetos residieran físicamente “dentro” del papel. Pero la idea de que las cosas no necesariamente deben presentar las características con las que las conocemos quedó rondándome la cabeza para siempre…
…
A partir de aquellos hechos de mi niñez, y de otros que no vienen al caso contar, por fortuna quedó mi mente entreabierta a considerar posibles hechos que, de otro modo, no hubiese aceptado. Como el relato que sigue.
Cursando yo el tercer año del Bachillerato Mercantil conocí a mi maestro de Filosofía el Profesor Jacques Bouveresse, un anciano que aparentaba ser octogenario. Como a mí ya me interesaba la filosofía tuvimos varias charlas sobre temas que me cautivaban. En una de ellas el Profesor Bouveresse me relató una historia verídica que él conocía de primera mano. Pero me advirtió que no ahondaría demasiado porque había detalles muy peligrosos. Al principio no entendí a qué se refería.
Tres años antes él iba caminando por una calle de los suburbios de París cuando observó una casa de libros antiguos y decidió entrar. Estuvo casi dos horas revisando libros ya que le apasionan este tipo de antigüedades.
En un momento vio un libro de considerables dimensiones en un estante superior. Su color estaba casi inalterado.
Sobre la tapa de cuero solamente estaba impresa en letras doradas: Votre vie.
Jacques pensó, ¿pero… La Vida de quién?
Abrió la tapa del gran libro y ya en la primera hoja encontró un papel suelto que decía en francés una frase similar a la siguiente:
“Este libro fue hallado en una cueva en el Mont des Avaloirs por mi padre”
Lamentablemente, no estaba escrito el nombre de la persona que escribió esa nota.
El monte “des Avaloirs” se encuentra emplazado en el Macizo Armoricano, en la zona occidental-septentrional de Francia.
El libro estaba en su totalidad escrito en francés, cuestión que a partir de ahora obviaré en este relato mencionando las frases directamente en español.
En esa misma primera página el profesor pudo leer: “La vida de Jacques Bouveresse”.
Casi dejó caer el libro del susto y la posterior estupefacción.
Y cuando me lo narraba me veía con esos ojos grises grandes como canicas, como diciéndome: “¿Cómo no estás sorprendido?”
Es que yo, debido a la correcta pronunciación francesa de su nombre y a que era algo distraído, al principio no reparé en ese detalle…
Acto seguido pensé que me estaba gastando una broma, pero el profesor era siempre una persona muy seria, por lo que descarté inmediatamente esta posibilidad.
Pasaron unos segundos con sus ojos clavados en los míos cuando caí en la cuenta de lo extraordinario de ese suceso.
Luego me quedé como petrificado, boquiabierto, también mirándolo. Hasta que atiné a decirle la estúpida frase: “¡Una increíble casualidad!”
Repentinamente, como si unos hilos invisibles lo hubiesen estado tensando todo ese tiempo, todo el cuerpo del profesor se relajó, sus ojos ya parecían ojos y sus extremidades superiores colgaban de sus hombros como balanceándose lentamente.
Luego giró lentamente y miró hacia la ventana.
- Te voy a contar algo niño, me dijo, y no sé por qué:
“Comencé a leer ese libro; estuve haciéndolo por varios minutos, quizá horas. No lo sé. El tiempo se me escurría, no lo sentía mientras leía. Pero todo y cada palabra que allí estaba grabada describía con lujo de detalles todos los acontecimientos de mi vida. Mi infancia en la campiña, la muerte de mi padre, mi carrera. Todo.
Corrió todo ese tiempo un escalofrío muy helado por todo mi cuerpo por el hecho de descubrir que toda mi vida estaba ya escrita.
Fui avanzando cada vez más y más páginas. Luego salteando de a muchas. No podía entender cómo para cada acontecimiento siempre había una página que lo albergaba. Eran hojas muy finas tipo Biblia, pero muy resistentes.
Llegué a un punto donde pude leer que yo iba caminando por la calle Rue de Vincourt cuando divisé un local de libros antiguos. Luego entré. Estuve revisando libros por una hora y cincuenta y dos minutos hasta que vi en un estante superior un gran libro…
Cada detalle hasta el instante actual estaba allí.
Continué leyendo. Allí decía que yo le ofrecía al dueño de la tienda unos pocos francos (teniendo en cuenta lo invaluable de ese libro) y que lo engatusaba llevándome el libro de mi vida por casi nada.
Detuve la lectura, levanté la vista y me di cuenta que ya estaba caminando por el negocio para cruzar la puerta de salida, cuando una voz que venía de mis espaldas decía: ‘Hasta luego y gracias por su compra Profesor’. No volteé para ver, seguí caminando en silencio hasta salir a la calle. Luego apresuré mi paso y casi corriendo llegué al hotel donde paraba.
Sabía que tenía un tesoro entre mis manos. ¡Ahora podía conocer mi futuro y moldearlo a discreción!
Esa misma noche continué leyendo mi futuro. No quería saltearme casi nada. Sólo iba pasando todo lo que parecían detalles. Al principio me costó bastante poder superar toda la parte donde describía renglón por renglón qué estaba leyendo en ese mismo instante.
Fue ahí cuando decidí ir salteando algunas hojas cada tanto.
Seguí de esta forma durante toda la madrugada tratando de retener la mayor parte de los sucesos. Llegué hasta los 82 años.
Entonces viendo que ya estaba en una página bastante avanzada del libro, tuve mucho miedo y preferí no seguir leyendo.
Hasta aquí llegaré por hoy, me dije, y por primera vez levanté la cabeza del libro. Quise caminar hacia el baño pero me costó muchísimo. En ese instante supuse que el haber estado tantas horas leyendo me había atrofiado un poco los músculos.
Cuando me vi en el espejo…Ya te lo imaginas.
Comprendí al instante lo que había sucedido. Ya no iba a poder utilizar todo ese conocimiento sobre mi vida futura y, menos aún, cambiar mi porvenir, porque ya era pasado…
Me veía muy encorvado, surcado mi rostro de profundas arrugas y níveo todo mi pelo.
Rápidamente, tan rápido como puede hacerlo un octogenario, me dirigí hacia el libro: el propósito era obvio. Abrí una página por el medio y comencé a leer. Allí describía los acontecimientos de los meses anteriores a mi retorno a París. Eso iba a ser suficiente.
Levanté la vista con confianza y temor a la vez. Me dirigí al espejo, pero nada había cambiado. Seguía siendo un viejo decrépito. Entonces comprendí mi pecado. Supe que no había forma de engañar al destino. No que yo la supiera, al menos.
Me carcomía la duda, pero no quería seguir ensayando con ese libro. No con mi propia vida.
Por la mañana llamé a la doncella del hotel, que se presentó en mi habitación momentos después. Le dije: ‘yo te conozco, soy escritor y biógrafo. Mira ese libro sobre la mesa.’
Ella lo abrió y leyó: ‘La vida de Juliette Mélenchon’
‘Mi vida’, dijo.
Continuó leyendo, fue pasando páginas y su cara cada vez lucía más asombrada.
‘Cómo sabe usted tantas cosas de mi vida.’, replicó
‘Yo soy un estudioso de las vidas, ya te lo he dicho. Al final del libro encontrarás todo lo que has hecho durante esta misma mañana’, le dije.
Con premura la pobre abrió el libro en la última página. Como molesta me miró y al instante cayó desplomada muerta sobre el parquet.
Luego de ese incidente me libré del cadáver, escondí el peligroso libro en un lugar seguro y huí en cuanto pude hacia Buenos Aires. Y aquí me ves, enseñando filosofía en este remoto lugar.”
Tardé en asimilar lo que me había contado Jacques. Estuve a punto de decirle que era un asesino, pero me contuve. ¡Quién sabe cómo se hubiera comportado uno en semejante situación!
Le pregunté dónde había escondido el libro y me dijo que ni lo pensara, que era demasiado peligroso y que no se sabe todas las consecuencias que podría acarrear.
Él ya había renunciado al libro, no quería verlo nunca más. Entonces, al parecer cambiando de opinión, me entregó un sobre lacrado y me dijo: “Aquí está escrito el lugar donde está escondido el Libro. No te lo recomiendo, pero tú sabrás qué hacer. A mí ya me quedan pocos años de vida. Te paso esta responsabilidad.”
Nunca más, luego de aquel año, volví a ver al Profesor Jacques Bouveresse. Pero aún conservo el sobre lacrado.
De tanto en tanto pienso en abrirlo y cada vez que veo el sello que me separa de su interior la sangre repentinamente se me hiela. Y pienso si será verdad que nuestra vida estará atrapada también entre unas hojas de papel. Como el elefante o el cordero.
Sergio W
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3 huevos dejados:
Muy bueno, algo así como la banda sonora de nuestra vida.
(pimm817, Foro Sabina: http://www.joaquinsabina.net/foro/)
sergei nunca abras ese sobre de acuerdo?
muy buena historia y tremendisimo libro
(rubenanyolini, Foro Sabina: http://www.joaquinsabina.net/foro/)
Me perdí después de que te perforaras el dedo con las tijeras (es broma)!!!!
Como le dijo Denys Finch Hatton a Karen Blixen (que gran peli "Memorias de Africa"): "escribe esos relatos".
Saludos!!!!
(LLARIITAA, Foro Sabina: http://www.joaquinsabina.net/foro/)
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"...y me encontré a mitad del tiempo sobrevolando los cielos y el infierno"
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